Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

29 de setembro de 2006

La primavera

Ya no sé si sabré escribir. No sé si habré olvidado las palabras. Si me habrá abandonado para siempre el excitante ritmo de la poesía. No sé, en este punto, hacia donde dirijo este desanimado intento por reencontrarme en el papel. No sé si habrá más párrafos, si el corazón latirá aún fuerte para desplegar un lindo pendón, orgulloso; si al poner el punto final sentiré que sigo aquí.

La primavera es la de siempre, la misma que ha llegado tantas veces, llena de brillos y de horror; la misma es en su luz y en sus serpentinas de colores, en su agitación y en su furor. Y las mismas son las ganas de fundirme en ella, en la carne que despierta roja, lozana, sacudida por el aire tibio de la tarde. Pero, a mi paso, la euforia parece batirse en retirada. Apenas me adentro en el jardín, la luz se retira a mi alrededor, confundiéndome en una espesa nube invernal. Y con cada paso que doy, vuelve a replegarse la luz ante mí mientras se desborda en el espacio que he dejado libre.

Es como caminar por un patio inundado de gatitos esquivos, que me miran curiosos a mi paso, pero que se apresuran a dejarme pasillo apenas me acerco a ellos. Y nunca he visto tantos gatitos juntos como hoy. Nunca se me han acercado tanto con sus caritas, con sus maullidos. Y, sin embargo, nunca tan difícil me pareció coger uno; nunca tanto me entristeció su aspereza; nunca sentí tanto desánimo, tan inútil el esfuerzo...

Imagen: Luigi Russolo, La solidez de la niebla

28 de setembro de 2006

El Leteo

«Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
Tigre adorado, monstruo de aire indolente;
Quiero enterrar mis temblorosos dedos
En la espesura de tu abundosa crin;
Sepultar mi cabeza dolorida
En tu falda colmada de perfume
Y respirar, como una ajada flor
El relente de mi amor extinguido.
¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir!
En un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé mis besos sin descanso
Por tu cuerpo pulido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos apagados,
Sólo preciso tu profundo lecho;
El poderoso olvido habita entre tus labios
Y fluye de tus besos el Leteo.
Mi destino, desde ahora mi delicia,
Como un predestinado seguiré;
Condenado inocente, mártir dócil
Cuyo fervor se acrece en el suplicio.
Para ahogar mi rencor, apuraré
El nepentes1 y la cicuta amada,
Del pezón delicioso que corona este seno
El cual nunca contuvo un corazón.
»

Charles Baudelaire, en
Las flores del mal

1Pócima del olvido, vinculada a la mitología griega. Se menciona por primera vez en la Odisea de Homero. Literalmente significa "la que quita la pena".

Imagen: Gustav Klimt, Serpientes de agua

27 de setembro de 2006

Perseverancia

Intentaré hacer una cosa a la que no estoy acostumbrado: improvisar. Normalmente, cada vez que publico una entrada nueva, la maduro durante un par de días. Necesito saber como acaba una historia antes de empezar a escribirla; me cuesta dar palos de ciego. Cuando escribo las primeras líneas, estoy recitando el final. No suelo escribir sin una idea previa, una idea que a lo mejor tarda medio mes en aparecer. Y, si lo hago, no me gustan los resultados.

El problema es que, para escribir un blog, como en muchas otras publicaciones, conviene hacer hábito. Escribir a menudo, para darle sentido e interés. Y, en consecuencia, rutinizar un poco la improvisación. Para esto, no queda más remedio que forzarse un poquito, en espera de unos resultados que sólo pueden venir a largo plazo.

Porque se sale de mis intenciones fabricar un blog de una sola pieza, como si fuese una novela ya escrita que simplemente se va transcribiendo en pequeñas dosis. No quiero caminar firme hacia un final que no podrá ser más que uno, imperturbable ante las variaciones de mi día a día. Al contrario, quiero ver cómo el blog reacciona a cada latido, como un ser vivo, y crece lentamente moldeado por lo que le rodea.

Creo que, para que el blog viva, vale más tener un poquito de perseverancia, que esforzarse al máximo para escribir una sola entrada al mes. Veremos si la tengo.

18 de setembro de 2006

El invierno


El invierno: un escondite. Un escondite en una gran llanura hermética, rociada por el sol. Una casita entre la niebla. La niebla penetrada por los cadenciosos rayos, moteada de candiles flotantes. Silencio. Eco.

Allí donde la gente duerme, donde no hay lugar para la naturaleza, ni para su grotesca fidelidad matemática. Donde cada movimiento, donde cada atisbo de evolución queda congelado por el frío, envarado en un singular espasmo.

Un colchón blandito en donde aletargarse en armonía con el mundo. Columpiarse entre el sueño y la vigilia. Lo suficientemente dormido como para quedar inmóvil, pero lo suficiente despierto como para poder deambular alrededor con la mirada, girar eternamente sobre uno mismo, rememorando un pasado, un presente y un futuro inmutables.

*Imagen:
Caspar David Friedrich, Cementerio de un monasterio en la nieve. Foto en blanco y negro del original, destruido en 1945.