Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

30 de decembro de 2006

Del gusto popular por el paisaje

«A principios del siglo XIX se reconoció que estaba cambiando la posición de la pintura del paisaje. (...) Una escena apacible, con agua en primer término reflejando un cielo luminoso y realzada por unos árboles oscuros, era algo que todos estaban de acuerdo en encontrar hermoso, lo mismo que, en época anteriores, habían estado de acuerdo acerca de un atleta desnudo o acerca de una santa con los brazos cruzados sobre el pecho. En cuanto a un extenso panorama, se ha operado un gran cambio desde que Petrarca subió al monte Ventoux y, a excepción del amor, posiblemente no hay nada capaz de unir a gente de toda clase tanto como el placer de una buena vista.

Es generalmente cierto que todos los cambios o ampliaciones del gusto popular tienen su origen en la visión de un gran artista o grupo de artistas, que es aceptada a veces rápidamente, a veces gradualmente, y siempre inconscientemente, por el espectador profano. El gusto popular por el paisaje surgió por causas complejas, y se impuso a causa de los esfuerzos de numerosos pintores de segunda categoría. Puramente como imágenes populares, las pinturas de Calcott, Collins, Pickersgill y otras mediocridades son durante mucho tiempo tan importantes como las de Constable. En contraste con la afirmación de Gainsborough de que no valía la pena pintar un solo paisaje fuera de Italia, Constable dijo que su arte podía encontrarse debajo de cualquier seto. (...
)»

Kenneth Clark, El arte del paisaje









Imagen: John Constable, El carro de heno

27 de decembro de 2006

Renuncias

Sabemos que llegará el día en que toque renunciar a todo. A todo, por valioso que sea. Pero esperamos que ese día llegue sin que nos demos cuenta. Tan rápido, que no tengamos un solo segundo para dolernos de nuestra renuncia. La vida feliz es aquélla en que nos afanamos por hacer acopio de cosas nuevas, aquélla en que descubrimos cuán grande es el mundo, y cuánto nos queda por conquistar. Pero llega el día en que la tierra cede bajo nuestros pies y los sueños se derrumban. Por inercia, hacemos renuncias definitivas, nos resignamos a irreparables ausencias; asumimos pérdidas que durarán eternamente y arrastramos anhelos que ya jamás, ni en esta vida ni en la otra, serán satisfechos.

Imagen: Goya, Perro semihundido

23 de decembro de 2006

El silencio

Hay momentos en que el mundo se queda en silencio. En que lo hechos resultan tan aplastantes que cualquier palabra queda ahogada como un grito bajo el agua. Por un instante, no hay espera que valga. Todo está dicho sobre nosotros, sobre lo que fue y será. Nos vemos allí, diminutos, en el medio del océano, en apacible deriva. La verdad, como un destello que nos desata de toda duda, atraviesa como un relámpago la mente. Y al punto se va, recuperamos el habla y todo vuelve a empezar.




Imagen: Monje capuchino a la orilla del mar, Caspar David Friedrich.

16 de decembro de 2006

Ícaro

No hay misión. No hay itinerario previsto. Sólo un enorme hueco oscuro por donde lanzarse dando palos de ciego. Sólo alardean de su proyecto quienes lo tienen al alcance de la mano. Son pura vanidad. El resto se mantiene en silencio en lo que dura la infernal caída. Abren los brazos en busca de un saliente milagroso que los salve; o por el contrario se encogen ingenuos, se hacen pequeños, para protegerse del fatídico impacto.



Imagen: Mazeppa, Horace Vernet.

8 de decembro de 2006

El cavernícola

Los pocos días que viví, pasé por el mundo como una sombra voladora. Los pasé en un bosque de noche perpetua, con unas gentes oscuras que se alimentaban de las estrellas y del fuego. Retoños de la tiniebla que habían encontrado el aire tras largo deambular por los caminos interminables del inframundo, un buen día, por gracia del dios Thal.

El escaso tiempo en que encontré aire para respirar, estuve de espaldas al sol y, allí, tendido en mi sombra sobre la tierra, vi que en verdad estaba vivo. Que Thal me contemplaba antes de recoger
me en su seno. Que podía conversar con Él en los abismos de las cavernas. Que un día el mundo había surgido de la nada por su voluntad bondadosa. Y que los hombres vivían eternamente, tenidos en consideración por espectros mágicos que moraban en los cuerpos celestes.


Imagen: Hylas y las ninfas, John Waterhouse (1896).

6 de decembro de 2006

Conciencias

conciencia. (Del lat. conscientĭa, y este calco del gr. συνείδησις). f. Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. [...] || 4. Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto. || 5. Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.

Muchas veces pienso que la naturaleza se ha equivocado con nosotros. Que el mismo beneficio nos hubiese sacado si no nos dotase de ese pesado lastre que llaman conciencia. Que lo mismo le valdríamos a sus enigmáticos fines si entre los seres vivos no existiesen yoes, es decir, si todos fuésemos terceros. ¿No es así como viven para muchos creyentes los animales y las plantas? Si fuésemos como ellos, podríamos ser los mismos, pero sin nosotros mismos.

Pero la conciencia es como muchas de las cosas que se venden en la actualidad: sin ella, no pasaría nada; pero desde que la tenemos, no sabemos renunciar a ella. Una vez nuestra, la conciencia es mucho más que estar vivo: es ser testigo de nosotros mismos. Y se convierte en nuestro bien más valioso desde que se la considera un bien exclusivo de los humanos, y se le llama alma, y se dice que es don de Dios.

Por desgracia, la conciencia se ha mostrado muchas veces como una consecuencia de la vida física, y no una causa. Y no como una entidad absoluta, sino como algo volátil, frágil y cambiante, intensa por momentos y lánguida en otros. Con un ardor distinto en cada persona y en cada segundo. La conciencia es un asunto relacionado con flujos eléctricos cerebrales, con un valor incluso medible con determinados aparatos usados en medicina, y por cuya variabilidad hay personas más difíciles de anestesiar que otras.

Por ello, si la naturaleza se ha equivocado, no ha sido sólo con nosotros, pues la conciencia parece una obligación natural. Creo que todo ser viviente necesita un cierto grado de conciencia, por ínfimo que sea. Sospecho que cualquier animal o planta se reconoce a sí mismo en alguna medida, en su dicha o en su miseria. Pero esto sólo puede significar que no somos los mejores; que no somos los hombres, y menos nosotros mismos, los predilectos de ningún dios. Y que habrá otros, seguro, que sepan mucho mejor que nosotros lo que es pertenecer al mundo.

Artículos relacionados: Conciencias (II)

5 de decembro de 2006

Puntos de vista (III)




“Impulsado únicamente por el deseo de contemplar un lugar célebre por su altitud, hoy he escalado el monte más alto de esta región, que no sin motivo llaman Ventoso. Hace muchos años que estaba en mi ánimo emprender esta ascensión; de hecho, por ese destino que gobierna la vida de los hombres, he vivido –como ya sabes– en este lugar desde mi infancia y ese monte, visible desde cualquier sitio, ha estado casi siempre ante mis ojos.

(…)
Lo prolongado del día, la suavidad del aire, la fortaleza de nuestra determinación, el vigor y la agilidad corporales y el resto de las circunstancias favorecían a los caminantes; sólo la naturaleza del lugar suponía un obstáculo. En una loma de la montaña nos topamos con un anciano pastor que trató de disuadirnos por todos los medios y con abundantes razones de que continuáramos el ascenso, relatándonos como cincuenta años antes, empujado del mismo ardor juvenil, había ascendido hasta la cumbre, sin que ello le reportara sino arrepentimiento y fatiga, el cuerpo y las ropas desgarrados por las rocas y los matorrales; tampoco sabía de nadie que antes o después de aquella vez hubiera osado hacer otro tanto.
(…)
Alterado por cierta insólita ligereza del aire y por el escenario sin límites, permanecí como privado de sentido. Miré en torno de mí: las nubes estaban bajo mis pies y ya me parecían menos increíbles el Atos y el Olimpo mientras observaba desde una montaña de menor fama lo que había leído y escuchado acerca de ellos. Después dirigí mi mirada hacia las regiones de Italia, a donde se inclina más mi ánimo; los Alpes mismos, helados y cubiertos de nieve, a través de los cuales aquel fiero enemigo del nombre de Roma pasó, resquebrajando la roca con vinagre, si hemos de creer la leyenda, parecían estar cerca de mí, cuando, sin embargo, distaban un gran trecho de donde yo me encontraba.
(…)
Mientras contemplaba estas cosas en detalle y me deleitaba en los aspectos terrenales un momento, para en el siguiente elevar, a ejemplo del cuerpo, mi espíritu a regiones superiores, se me ocurrió consultar el libro de las Confesiones de Agustín (…) En lo primero donde se detuvieron mis ojos estaba escrito: “Y fueron los hombres a admirar las cumbres de las montañas y el flujo enorme de los mares y los anchos cauces de los ríos y la inmensidad del océano y la órbita de las estrellas y olvidaron mirarse a sí mismos”. (…)”

[Francesco Petrarca, epístola que narra la subida al Monte Ventoso (1353), en Rerum familiarum libri, IV, 1.]

*Imagen: cumbre del monte al que se refiere el autor, conocido como Mont Ventoux, en el sur de Francia. Con casi 2.000 metros de altura, es una montaña aislada y árida, popular por ser paso ocasional del Tour de Francia.