Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

27 de xullo de 2007

De la belleza (II)

“Parece que la belleza no requiere de grandes escenografías; está hecha de cosas pequeñas, y puede darse con ella de improviso, al doblar una esquina.”

La idea planteada en la anterior entrada de este blog viene a ilustrar una concepción que hoy en día, y desde hace relativamente pocos años, define la esfera del arte. Y es que creación artística y disfrute estético parecen hoy fenómenos populares, accesibles para cualquiera, e incluso recomendables. Hay dos tendencias que refrendan este planteamiento, aunque con argumentos muy distintos:

Por una parte, está la tendencia oficial y académica, que encuentra en la trayectoria de las artes recientes una democratización del hecho artístico. Para ello se basa en la tendencia transgresora, insubordinada e incluso autodestructiva que el arte desarrolla en el siglo XX, a la que la propia Academia se ha visto obligada a adaptarse. En consecuencia, lo canónico pierde vigencia en favor de lo rabiosamente innovador, y lo consensuado se devalúa frente a lo controvertido. En este escenario, al margen de su extracción social o cultural, cualquier individuo es en teoría susceptible de disfrutar en un museo, e incluso de aportar algo al arte y a su historia.

Por otra parte, está la tendencia popular. Las viejas creaciones populares viven un momento de esplendor de la mano de los medios de comunicación de masas, que las han amplificado e insuflado de resabios de la llamada ‘alta cultura’, pero asumidos como originales. H
oy es tal la influencia de estos medios, que el más pintado tiene filiaciones musicales, literarias o cinematográficas. Esto es una buena noticia, pero no puede olvidarse que el sistema es imperfecto y tiene serias disfunciones. Muchas veces barato y aparentemente fácil, el arte contemporáneo ha sido marcado popularmente con el estigma de la desconfianza, del ‘como cualquiera puede ser artista, ¿nos estarán engañando?’. Esto en el mejor de los casos. Porque buena parte de la cultura popular desprecia olímpicamente el paradigma académico, todavía dotado de un perfil aristocrático a pesar de los esfuerzos por universalizarlo.

El alcance de este fenómeno parece demostrar que el arte contemporáneo, al menos en su perfil más oficial y eminente, ha fracasado en su vocación democrática. La música contemporánea, por ejemplo, ha dejado al margen a buena parte de la sociedad, que la sigue viendo como un producto exclusivo, intelectualmente inaccesible, por lo que ha desarrollado y mantenido sus propias formas musicales aclimatadas al contexto mercantil de los medios de masas. Aquí, para muchos, se desarrolla el verdero arte.

Sin olvidar que las fronteras entre lo ‘académico’ y lo ‘popular’ no son nada evidentes,
parece subsistir cierta recíproca desconfianza. En selectos niveles, las artes tienden a configurarse como escondites microcósmicos, excluyentes, donde a veces prima una búsqueda identitaria antes que estética. Bien que la cultura de masas sea efectivamente popular, bien que la Academia haya enterrado mucho de su secular clasismo, en estos territorios pervive de diferentes formas el mito del talento innato y la personalidad canonizada, mientras el arte, sustancia de la vida o protección contra ella, es único dios verdadero, código secreto para la salvación y, de paso, emblema sectario. Es en este sentido donde vuelve a tener significado la frase: ‘para el arte no vale cualquiera’.

Imagen: Piero Manzoni, Mierda de artista. Es una de las 90 latas de conserva que en 1961 el artista llenó con sus excrementos y etiquetó en varios idiomas. Cada lata fue vendida siguiendo la cotización de oro del día, para acabar en reputadas galerías de arte contemporáneo, como la parisina Georges Pompidou o el MOMA de Nueva York. Actualmente, algunas de las latas han explotado a causa de la expansión de los gases.

19 de xullo de 2007

De la belleza (I)

La belleza es un bien escaso. No porque esté ausente del mundo, sino porque se esconde bien, y a menudo se encuentra enmascarada, inaccesible. Muchas veces, por ello, se la ha comparado con Dios. Porque reside en todo, según dicen, pero no se muestra a simple vista. Y antes que a la realidad externa, pertenece a la misma médula de la conciencia.

Es un ritmo escondido en la anodina lógica del acontecer cotidiano, un incógnito que se escapa a la razón, y que sin embargo nos atrae, nos cautiva con una fuerza irresistible, y nos hace perder el pudor y saltar las lágrimas. Por eso, los encuentros con ella deben permanecer en secreto. Es una idea extendida que la belleza es amante de iluminados y sectarios; un bien abstracto, consuelo de amanerados sensibloides que se relamen de poseer bienes imaginarios. Pero yo supongo que todos nos topamos con ella alguna vez.

A mí me pasó esta tarde. Cuando llegué a casa, decidí seguir con el trabajo de digitalizar los videos antiguos de la videocámara. Así que puse en el VHS una cinta del carnaval de 1991, que grabó mi padre en la fiesta que se hacía en el patio del colegio, y a la que asistían los alumnos y su familia. Al mismo tiempo puse música, Dustin O’Halloran, un pianista conocido por su Preludio nº2, que suena actualmente en el anuncio del Audi A5. Quizá no ofrezca nada este compositor para la opinión académica; yo creo que muchas de sus piezas para piano ofrecen un tono sentimental un poco artificioso, inclinado a recetas de audición fácil. Pero esto ahora es lo de menos.


El caso es que, como aquel día en que iba en el bus, me encontré de sopetón con que el tiempo se paraba, y afloraba, por llamarlo así, el ritmo oculto de la vida y la muerte. Cuando vi circular aquellas imágenes por la pantalla, en el silencio del modo de previsualización, pero acompañadas por el Opus 22 de O’Halloran, me di cuenta de que no distaban mucho de lo que hoy nos parecen aquellos documentales de los hermanos Lumière. Precisamente este uso deliberado de la imagen como fósil está presente en muchas películas (se me ocurren los créditos iniciales de GoodBye Lenin!).

En el viejo vídeo, el mundo estaba igual de mudo, también rimado por las desangeladas notas de un piano. Poblado por gente extraña, llena de vida, que se movía en un frenesí inercial, impersonal, de hormiguero. Subyacía un aire de danza macabra
en aquella película, un aire funerario y fantasmagórico, aire de la extraña dimensión de lo pasado, de lo que ya no pertenece a la realidad, y que queda confinado a un estado de momia, espectral. No era aquél un lugar esperanzador, pero lo encontré hermoso, y lo recorrí en el silencio recogido, sobrecogido, de quien pasea entre las tumbas de un cementerio.

Así que, por suerte, parece que la belleza no requiere de grandes escenografías; está hecha de cosas pequeñas, y puede darse con ella de improviso, al doblar una esquina. Uno puede verse con ella a escondidas, amarla en secreto, tocarla por debajo de la mesa mientras nadie se percata. También uno puede cometer el error de contarlo.


Imagen: fotograma de La salida de los obreros de los talleres Lumière (1895), Louis Lumière