Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

4 de xaneiro de 2010

Gris

Gris era sobre todo un perro miedoso, un animal profundamente desconfiado y huidizo, que desde el día en que llegó, traído como todos en el maletero de un coche, rehuyó las caricias y el contacto con las personas. Nadie se lo tuvo en cuenta en aquella casa, pues al fin y al cabo todo lo que de un perro se pedía era que alertase de cualquiera que llegase al lugar.

La primera vez que vi a Gris, estaba metido en la casita del horno, agazapado con sus ojos negros entre cenizas viejas. Apenas me acerqué se revolvió aterrorizado, aullando, y se fue culebreando con su pequeño cuerpo por alguno de los agujeros de la pared. Recuerdo que fue decepcionante no encontrarme con un perro mimoso, con un juguete, como suponía que debían ser los perros, y más siendo cachorros.


Así que yo odié a aquel perro. No lo quería, porque no era un perro. Era un bicho huraño, estúpido, llorica. Mi padre sospechaba que era consecuencia del maltrato que debió de haber recibido en sus primeros días de vida, en las manos de tres hermanos expertos en dar de fumar a los sapos. Probablemente unos buenos petardazos lo habían dejado medio sordo, y explicarían el exagerado terror que le provocaba la pólvora de la feria. En todo caso, yo odiaba a aquel perro. Lo odiaba en parte por su terca memoria; por ser incapaz de digerir cualquier cosa que le hubiese sucedido, pese al paso de los días, de los meses, de los años.


Gris vivió en los últimos días de
Amarillo, y durante ese tiempo fue su sombra sigilosa, siempre temerosa, siempre varios metros por detrás. Cuando Amarillo escuchaba ladrar, allá en la aldea de Aguas, y subía a responder a lo alto de la viña, Gris lo observaba perplejo, celoso de su euforia y de su entusiasmo. Y cuando Amarillo se lanzaba corriendo al cenagoso abismo, Gris se daba la vuelta desalentado y desaparecía bajo algún matorral al que no llegaba el griterío de la guerra.

Gris murió mucho más tarde que Amarillo, en otro lugar, cuando ya no quedaba nadie. Murió de viejo, ciego, decrépito, lentamente consumido por el tiempo, mezclado con las cenizas viejas.


Imagen: Castelao, Perro acostado (1916-36)

1 comentarios:

Anónimo dixo...

Precioso, Juan

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