Na beira do Lete

... alampan os recordos todos, como brasas atizadas polo vento da morte.

31 de agosto de 2011

La fortaleza y el escondite: las caras de la moneda

Metáforas ambas de una misma voluntad de retiro y evitación social, las ideas de un íntimo escondite primero y de una hermética fortaleza un poco más tarde se filtran sin disimulo en las entradas de este blog. La mayoría de las veces, las dos aparecen mezcladas por su parecido simbolismo, confundidas a raíz de su linaje misántropo, huraño y receloso de las gentes. Pero hay entre ellas diferencias fundamentales que las convierten en las dos caras opuestas de la misma moneda.

En realidad, el progresivo esfuerzo por construir desde este blog una fortaleza es una equivocación, una degradación del ideal, una pérdida. La fortaleza no es un lugar placentero ni deseable; no es un locus amoenus como el escondite. La fortaleza es un lugar que se pone de espaldas, que se construye con relación a, pero no independientemente de. Se trata de un acto de resistencia, de hacer un enorme esfuerzo por contener, a base de fuerza bruta, una serie de empujes provenientes de los alrededores, configurando
pues un islote asediado, una Constantinopla que está condenada a sucumbir ante un ejército cada vez más grande y convencido.

Cuanto más grande, espectacular y brillante es una muralla, cuanto con más orgullo se torrea y abandera, más crece su exposición a los ojos del enemigo y más se inflama el mito por los tesoros que contiene. En último término, la fortaleza acaba por alzarse en el medio y medio del país del que quiere protegerse, como infame pero codiciado protagonista, y su final ya es sólo cuestión de tiempo.
Por eso una fortaleza está muy lejos de ser un verdadero escondite.

Un verdadero escondite no está en el meollo del sistema ni sus muros ejercen tareas de contención de los empujes exteriores; al contrario, se encuentra en un lugar incierto, periférico, marginal, y sus muros se confunden con los árboles y con espesas masas de matorrales. El escondite es un lugar que no se define por oposición, pues sólo puede existir en un lugar ajeno a todo interés de la sociedad -sea por feo, por pobre o por desconocido- y no necesita esforzarse para prevalecer, tan sólo confiar en el poder de la más positiva ignorancia -de la propia y de la ajena- que protege contra catástrofes como la llegada de descubridores, exploradores, conquistadores y turistas.

En ningún caso puede el escondite ser un objeto de disputa para los humanos del momento, como lo es la otrora evitada orilla del mar, o los principales
destinos de vacaciones, o los más céntricos solares de las más importantes ciudades, o los percebes. Desde luego, el escondite representa todo lo contrario a lugares públicos de confluencia masiva, como una autopista, un museo de talla internacional o las más afamadas plazas del mundo, entre otros lugares donde queda terminantemente prohibido sentarse a comer un bocadillo, lógicamente para evitar el colapso que provocaría que todo el mundo lo hiciese, pues estos espacios están concebidos para la circulación ininterrumpida de grandes cantidades de personas. Pero tampoco debe confundirse el escondite con los reductos privados de ocupación restringida, cuando dicha ocupación se encuentra en litigio - véanse los más lujosos chalés en los lugares más privilegiados o la casa-fortín de Bin Laden en Abbottabad.

El escondite son los días que, tras un calor sofocante, amenaza tormenta, y entonces uno descubre con emoción que no hay nadie por los caminos de las afueras, porque todo el mundo se ha ido a la playa. Un escondite nunca puede ser la ciudad del valle, con sus graneros celosamente protegidos por las murallas, porque está siempre allí, inmóvil y a la vista de los hambrientos y desesperados nómadas, y sus muros son como los que hacen los niños en la arena para intentar detener la subida de la marea. Todo lo contario, el escondite es un rincón de la abisal caverna donde hace escala el cazador-recolector y donde se queda hipnotizado por el vaivén de los espíritus que proyecta el fuego sobre las paredes.


Imágenes: 1) Diógenes el Cínico viviendo en su tinaja, según J. W. Waterhouse (1882): ejemplo de acastillamiento dentro de la sociedad. 2) El autobús abandonado en que vivió Alexander Supertramp en Alaska, según la película Into the Wild (Sean Penn, 2007): ejemplo radical de escondite.

16 de agosto de 2011

El bufón y la Venus

«¡Memorable jornada! Desfallece el ancho parque bajo el ardiente ojo del sol, como la juventud bajo el imperio de Venus.

Ni un ruido que exprese el éxtasis universal de las cosas; hasta las agujas están como dormidas. Muy al contrario de las fiestas humanas; estamos ante una orgía silenciosa.

Se diría que una luz, siempre creciente, hace brillar cada vez más los objetos; que las flores, excitadas, arden el deseos de rivalizar con el azul del cielo en la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los empuja como humaredas hacia el astro.

Sin embargo, en medio de este júbilo universal, he observado a un ser afligido.

A los pies de una colosal Venus, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios encargados de hacer reír a los reyes cuando el Remordimiento o el Hastío los apresa, envuelto en su atuendo deslumbrante y ridículo, tocada la cabeza con cuernos y campanillas, acurrucado contra el pedestal, alza los ojos cargados de lágrimas hacia la Diosa inmortal.

Y sus ojos dicen: "Soy el último y más solitario de los humanos, privado de amor y de amistad, y muy inferior en este punto al más imperfecto de los animales. Pese a ello yo también estoy hecho para comprender y sentir la Belleza inmortal. ¡Ah!, Diosa, tened piedad de mi tristeza y de mi desvarío".

Pero la Venus implacable sigue mirando no sé qué, a lo lejos, con sus ojos de mármol.»

Charles Baudelaire
El esplín de París, VII
Trad. de Francisco Torres Monreal